‘Ni vencedores ni vencidos’
Tras la elección, el país 55/45 ¿no está diciendo más bien que Bolivia tiene que construirse en complementariedad?
En septiembre de 1955, un golpe cívico militar, encabezado por el general Eduardo Lonardi, derrocaba en Argentina el gobierno democrático de Juan Domingo Perón. A consecuencia de aquellos hechos, nacía lo que después llamaron la Revolución Libertadora. Un evento que costó la vida de 156 argentinos. Desde aquel momento, Perón inició un peregrinaje por diferentes países, el exilio lo llevó inicialmente a Paraguay, donde Alfredo Stroessner ya había impuesto una rígida dictadura militar iniciada un 15 de agosto de 1954. La ruta del exilio siguió por Panamá, Nicaragua, Venezuela, República Dominicana, para instalarse finalmente en Madrid, España. Allí transcurrió diecisiete años de su vida, ese tiempo lo pasó mayormente en una quinta conocida como Puerta de Hierro. La política argentina, bien puede decirse, tuvo una sucursal de operaciones en aquella ciudad española. Desde su salida a consecuencia del golpe de Estado, Perón buscó incesantemente retornar a su país. En 1964 emprendió la vuelta, pero el gobierno radical de Arturo Illía le impidió llegar a suelo argentino. El entonces canciller, Miguel Ángel Zavala Ortiz, un ardiente anti peronista, solicitó y gestionó ante el gobierno brasileño del mariscal y dictador Humberto Castelo Branco que se retenga a Perón y se lo devuelva a España. El 17 de noviembre de 1972, después de innumerables vacilaciones e intensas y desordenadas negociaciones, Perón retorna brevemente a su país bajo un acuerdo con el gobierno militar de Alejandro Lanusse. Una abreviada estadía que concluiría el 14 de diciembre del mismo año y a la que seguiría una nueva prohibición de ingreso a su país. Ya con el peronista Héctor José Cámpora en el poder, Perón retorna definitivamente a Argentina el 20 de junio de 1973. El recibimiento al máximo líder social de los argentinos congregó a más de un millón de personas, paralizó la conocida autopista Richieri y conmocionó los días vividos por toda Argentina. Era el retorno del hombre más influyente del siglo XX. Unos meses después, producto de la renuncia de Cámpora, Juan Domingo Perón se habilita como candidato, ganando las elecciones con 60%.
A la tierra de Perón llegó por aquel entonces otro hombre que la historia recogería en sus páginas como uno de los políticos más determinantes que su país tuviera. Ocurrió en 1946, después de pasar varios meses como refugiado político en la Embajada de Paraguay, Víctor Paz Estenssoro salió rumbo a Argentina para vivir el primero de sus tres exilios. Allí transcurrieron los seis años que duró aquel destierro, interrumpido brevemente por un intento de retorno a Bolivia por la zona fronteriza de La Quiaca para ingresar a Villazón; buscaba iniciar un proceso de resistencia al gobierno de Mamerto Urriolagoitia. Esta acción lo llevó a radicarse brevemente en Uruguay para retornar nuevamente a Buenos Aires en 1951. Su domicilio de la calle Charcas 3821, donde pasó la mayor parte del tiempo en aquella ciudad porteña, fue el centro de estudios, análisis y escritos en forma de Manifiestos con los que Paz cercó opositoramente a los gobiernos de Enrique Hertzog y Urriolagoitia. Las ideas de resistencia a la rosca minera, el pensamiento de nacionalización de las minas y la reforma agraria eran los argumentos que acorralaban el último momento liberal que encarnaba Urriolagoitia. Las elecciones de 1951 fueron el fin del liberalismo conservador, cuando una primera insurrección, esta vez en las urnas, confiere la victoria del MNR por encima incluso de las miradas marxistas. Después, el Mamertazo; después, los militares con Ballivián; después, la indignación de un pueblo; y el resultado de todo aquello, mientras Paz Estenssoro permanecía en el exilio, fue una movilización violenta en interminables setenta horas de combates que condujeron al país hacia uno de sus momentos más sublimes: la Revolución Nacional.
Concluidas aquellas jornadas de abril, Paz Estenssoro retorna al país. El avión que fue a buscarlo estaba a cargo del comandante Wálter Lehm, el segundo a bordo era René Barrientos Ortuño. Cinco horas de vuelo tortuoso en un avión transportador de carne. Afuera del aeropuerto, las calles abarrotadas hasta el extremo, miles de campesinos, obreros, mineros y sectores de clase media fueron a recibir al hombre que transformaría Bolivia. Una mancha de gente —en la más pura expresión de la frase acuñada por Zavaleta— profundamente abigarrada acompañó al líder movimientista desde el aeropuerto hasta la plaza Murillo. El movimiento popular, expresión de la Alianza de Clases que propugnaba el MNR, ya en acción política decidida le ofreció el mayor recibimiento que presidente alguno haya conocido.
En noviembre de 2019, otro líder político de histórico protagonismo se encaminaba al exilio. Evo Morales partía hacia México, primer destino de un impensado destierro. En una extraña coincidencia de la historia, Morales se radica en Argentina, también bajo la protección personalizada del presidente Alberto Fernández, quien públicamente expresa su ayuda y respaldo al líder indígena. Lo que de pronto hubiese sido imaginado como un proceso de larga ausencia se configura en un retorno de exactitudes asombrosas: un año después de marchar forzadamente, Evo Morales retorna al país abrigado por el movimiento popular que ha dejado sentada una realidad inextinguible: el movimiento popular en unidad señala los itinerarios históricos de manera irrebatible.
Los golpes de Estado, allá como acá, en Argentina o en Bolivia o en muchos otros países, tienen un contrapeso rotundo, el poder de la movilización popular. El 11 de abril de 2002, el entonces presidente Hugo Chávez fue retenido y cesado en sus funciones presidenciales. Una multitudinaria movilización lo devolvió al poder unos días después. Desde entonces, la acción movilizadora de las corporaciones sociales se constituye en un elemento de protagonismo estratégico, que articula diversas realidades y composiciones sociales, étnicas y culturales en lógicas de visibilización inclusiva de tejidos societales profundamente enmarañados.
La Bolivia del 18 de octubre, la del arribo de Evo Morales, esa de las multitudes infinitas y movilizadas, verbaliza un mensaje que se anota en el sustrato de las necesidades históricas y angustiantes, donde ni tres millones de partidarios, ni dos millones de opositores pueden pulverizar el camino de la complementariedad social de todo un pueblo que reclama una mirada y acción de gobierno que comprenda que la sociedad y el Estado nuestro se construye mejor bajo la lógica de “ni vencedores ni vencidos”.
(*) Jorge Richter Ramírez es politólogo